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Del Gran Divorcio, Pinocho y el porqué celebramos la navidad.

"Por un instante no pude distinguir nada con precisión. Entonces vi, entre mí y el arbusto más cercano, indudablemente sólido pero solidificándose más por momentos, el brazo y el hombro de un hombre. Luego, aún más brillantes y más fuertes, las piernas y las manos. El cuello y la cabeza dorada se materializaron mientras observaba, y si no hubiera vacilado mi atención habría contemplado la real integración de un hombre, un hombre inmenso, desnudo, no mucho más pequeño que el ángel." C.S. Lewis en El Gran Divorcio,

Creo que la última vez que ví Pinocho, la película de Walt Disney, fué cuando tenía ocho o nueve años. Recientemente la volví a ver con Paloma y Raúl, en parte por nostalgia y la invasión de lo retro y "vintage"; en parte para que mis hijos tengan la oportunidad de ver las películas infantiles de antes. En paréntesis, aunque se que hay buenos directores de cine en estos tiempos (tal vez solo un puñado), mi conviccion personal es que el cince de antes se preocupaba por el buen arte: buenos guiones, excelentes actuaciones y fotografía de calidad. Hoy en día la preocupación es por los bolsillos de las casas productoras.


En fin, fué un gran tiempo el ver de nuevo Pinocho. Sobretodo fué interesante el observar grandes paralelos en la adaptación de Disney y la gran historia del evangelio desde la creación. No he tenido la oportunidad de leer la obra de Carlo Collodi, el escritor italiano que dió vida a Pinocho en su novela infantil Las Aventuras de Pinocho. Sin embargo, la película refleja grandes alegorías espirituales, sobretodo una de dimensiones existenciales: la criatura buscando una verdadera humanidad.


Esta búsqueda de Pinocho, el títere de madera creado por Geppetto, de convertirse en un niño de verdad nos lleva a la escena más dramática de la historia en la cual encontramos al Verdadero Hombre: un bebé en un establo rodeado de animales, estiércol, paja, dolor y ruido. El nacimiento de ese niño y su celebración nos recuerda a nosotros esa búsqueda que profundamente anhelamos. Queremos recobrar algo que se ha perdido.


La verdadera historia de la navidad se remonta desde el episodio de la creación en Génesis. En ese episodio, Adán y Evan caen en pecado, y desde entonces todo se fragmenta. El hombre pierde su identidad y propósito. Si pudieramos ver ese cuadro, es como si Adán y Eva quedaran plasmados juntamente con Las Señoritas de Aviñón de Picasso, un clásico del cubismo. Pero Dios, en su compasión por el hombre y la mujer, les da unas grandes noticias, en un mensaje "pre-navideño": Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar. Génesis 3:15.


Esas palabras, dirigidas a la engañosa serpiente y escuchadas por el hombre y la mujer, son la profecía de la gran venida de Cristo y la gran consumación de todas las cosas. Cristo es la gloriosa verdadera identidad del hombre. Su mensaje del evangelio nos invita a recobrar lo que es verdadero, justo y bello. Y así, como si fuéramos una vez unas simples marionetas, en Cristo obtenemos nuestra verdadera humanidad.


C.S. Lewis en su pequeña obra de ficción El Gran Divorcio, hace un retrato maravilloso de esa recuperación del verdadero hombre. En la historia, el mismo autor tiene la oportunidad, junto con otras personas, de viajar en un autobús hacia el cielo. Allí, el es testigo de ver la radical y asombrosa transformación de un ser caído a "la real integración de un hombre, un hombre inmenso, desnudo, no mucho más pequeño que el ángel".


Por eso la navidad se convierte entonces en un tiempo de gran celebración, ¡porque la llegada del mesías prometido es la esperanza de la integración de nuestro ser caído y fragmentado! De esta manera, nos unimos al coro angelical y con toda razón de un gran gozo entonamos: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes El se complace! Lucas 2:14.


Pinocho, 1940. Adaptación de Walt Disney de la novela 'Las Aventuras de Pinocho' de Carlo Collodi.

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